Biografía de Bernardo de Gálvez y Gallardo Madrid, Conde de Gálvez.
Bernardo nació el 23 de julio de 1746 en Macharaviaya, un pueblecito de la provincia de Málaga, en el sur de España. Cuando creció, se hizo soldado porque, en esa época, los países de Europa estaban todo el día peleándose unos con otros y, si querías progresar en la vida, tenías que demostrar tu valentía en la guerra. Como el joven Bernardo pronto destacó por su bravura en combate, el rey lo nombró capitán y lo mandó a patrullar los dominios españoles de América del Norte. Recuerda que, en las dos terceras partes del territorio actual de Estados Unidos, vivían colonos españoles y que, mucho antes de que existiera el Séptimo de Caballería, los soldados que protegían a los europeos que habitaban el oeste americano se llamaban Dragones de Cuera. Eran soldados que galopaban a caballo, con sombrero de ala ancha y chaleco de piel de ciervo para protegerse de las flechas, a lo largo del Camino Real. Este era un camino que recorría todo el sur de Estados Unidos, desde California hasta Florida, y en el que los españoles habían construido fortificaciones militares a las que llamaron presidios. Que no eran sólo cárceles, ¿eh? Se llamaban así porque "presidían" el camino; o sea, que desde sus torres se podía ver si venía alguien a atacar. ¿Lo entiendes? ¡Estupendo!
Como Bernardo hizo muy bien su trabajo, el rey lo ascendió a general y le nombró gobernador de Luisiana. Así que Bernardo se fue a vivir a Nueva Orleans, que era la capital de Nueva España. Ahí fue donde se enteró de que el general Washington había declarado la guerra a los británicos e, inmediatamente, se puso del lado de los patriotas. Ya sabes. Y tanto apreció Washington su inestimable ayuda que, el día en que el bueno de George tomó posesión de su cargo como primer presidente de Estados Unidos, el barco de Bernardo fue el encargado de disparar al aire las trece salvas de honor: los trece cañonazos que, desde el Galveztown, atracado en la bahía de Nueva York, retumbaron en toda la ciudad. A mí, a veces, me parece escuchar todavía el eco: pum, pum, pum…